Así empieza...


María y Miguel Blum

 

El perrito, un chucho de aguas gris, que en su origen debió de haber sido blanco, harto de tanto juego con la niña huyó camino de los camarotes. María corrió tras él. Era lo único divertido que había en ese maldito barco y no estaba dispuesta a dejarlo escapar, no en ese momento. El animal, asustado por su incansable perseguidora, fue a esconderse donde sabía que jamás entraba nadie, salvo su querido amigo, el joven capitán y se refugió debajo de la cama, como hacía cuando no quería que nadie le molestara. María se aventuró a rondar por aquella parte del navío. Nunca había estado allí, y le constaba que no entraba mucha gente en ese camarote. En el mismo momento en que cruzó por la puerta olvidó lo que había venido a buscar, para alivio del pobre animal.

Apenas había luz y solo se divisaba, entre penumbras, las cartas de navegación y los numerosos adornos dorados y de madera envejecida de la estancia. Había una mesa en el centro y en una esquina, un catre tan desordenado que a María le parecía imposible que alguien pudiera descansar allí. Enseguida supo que era el camarote del capitán, no había ninguna duda. Allí estaban su sombrero, su catalejo, su pipa y el tabaco que solía fumar. Y el ambiente olía a ese hombre tan singular.

Oyó pasos, rápidos, decididos y fuertes, que se dirigían hacia allí. El perro salió corriendo de su escondrijo al reconocer a su amo y la niña, asustada, ocupó su sitio, debajo de la cama. El corazón le latía tan fuerte que parecía que se fuera a escuchar en todo el barco y la descubrirían.

El capitán se sentó en una de las sillas situadas al otro lado de la estancia, junto a la mesa, de modo que la chiquilla podía verle perfectamente desde su escondite. Encendió la pipa que habitualmente llevaba entre los labios y frunció el ceño. Los ojos le brillaban intensamente en la penumbra, misteriosos, abatidos, e inmensamente cansados. Se llevó una mano a ellos, como si le hubiera leído el pensamiento a María, torció la boca en una mueca lenta y extraña y rompió a llorar. Los suspiros eran desesperados y profundos, como si llevaran luchando por salir durante tiempo inmemorial.

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